Período musical

La Música Popular

SIGLO XX

La Música Popular

El siglo XX produjo cambios tecnológicos con un ritmo creciente. Si resulta impensable la música electroacústica sin los avances primero en la grabación del sonido y luego en su sintetización por frecuencia modulada, también resultan inconcebibles la transformación del mercado de consumo de la música, la aparición de nuevos géneros e, incluso, la consolidación de patrones de interpretación que terminarían definiendo todo aquello que hoy se conoce globalmente como música clásica —a pesar de la poca precisión del término— sin la existencia de la radio y del disco.

La cristalización de la idea de repertorio, es decir, las obras del pasado que merecían seguir siendo interpretadas y 

oídas, y la ampliación del universo de receptores posibles, teóricamente la casi totalidad de los habitantes del planeta, llevarían a cambios fundamentales, no solo en la manera de hacer y de escuchar música, sino, en el concepto acerca de a qué se llamaría música. Uno de esos cambios se refiere a la significación del término popular, que pasaría a designar algo distinto a la cualidad de popularidad. 

Hasta la irrupción del disco y de la radio, la música popular era, efectivamente, eso: lo que se cantaba, se tocaba y se bailaba en el ámbito popular, fuera este urbano o rural. La tradición oral, la improvisación, las maneras de interpretación ceñidas a parámetros no escritos pero bien conocidos por la comunidad tendían a ser lo que la caracterizaba. También, por supuesto, la existencia en primer plano, junto a la estética, de funciones ligadas a lo ritual o lo social. Cuando esta música era escrita, cambiaba de ámbito, de intérpretes y de receptores; simplemente, dejaba de ser popular.

Las danzas publicadas por Tielman Susato, Michael Praetorius o Thoinot Arbeau en el siglo XVI; las colecciones de canciones irlandesas, españolas o italianas escritas por compositores del Romanticismo; las contradanzas de Beethoven o de Schubert; los ländler y valses de autor pertenecían al lugar del entretenimiento, primero de los nobles y luego de 

los burgueses acomodados, pero de ninguna manera eran considerados como música popular ya que obedecen a una estilización de los géneros del pueblo por parte los compositores. 

La música popular, claramente, era otra cosa: la que hacía el pueblo de manera anónima y que comparte con las demás expresiones populares las características del saber colectivo.

El hecho de que las músicas populares comenzaran a ser registradas en grabaciones y que estas fueran transmitidas por la radio implicó, en ese sentido, un cambio cualitativo. Por un lado, la situación inédita de que una cultura tomara contacto con las expresiones de otra, sin necesidad de viajar y por otro, la modificación definitiva en cuanto al modo de circulación y recepción. La música popular empezaba a ser un objeto «de escucha».

Una persona, sentada en su casa puede escuchar la música que hasta poco tiempo antes solo podía disfrutar escuchar

participando in situ del hecho social del que formaba parte. La música popular comenzaba a tener, paulatinamente, muchas de las características que habían sido exclusivas de la música artística de tradición europea y escrita.

Comienzan a aparecer autores populares; la función estética desplaza del primer plano a otras, como el baile, y aparece cierto grado de desarrollo y evolución del lenguaje propio, en algunos casos de altísimo nivel. El grado de sofisticación, ya en la década de 1920, del lenguaje de algunos grupos de jazz, como los Hot Seven de Louis Armstrong, las Orquestas de Duke Ellington, de Count Basie, o las agrupaciones de tango, como el sexteto de Julio De Caro o las orquesta de Osvaldo Fresedo, lleva a la conclusión de que se está en presencia de fenómenos nuevos, propios del siglo XX, en que, además, uno de sus rasgos distintivos —al igual que en la música clásica— es la demanda de la audición atenta.

Es discutible cuántas y cuáles de las expresiones que circulan como «música popular» pueden —y deben— ser incluidas 

en este campo. No es fácil ubicar a Carlos Gardel, Camarón de la Isla, Edith Piaf, Amália Rodrigues, Violeta Parra o Chico Buarque dentro de ese conjunto complejo y que conforma lo que el mercado identifica como música popular. 

Louis Armstrong​ (1901 - 1971) live in Copenhagen (1933)

Duke Ellington (1899 - 1974) Take the A Train

Billie Holiday (1915 - 1959) & Count Basie (1904 - 1984) - God Bless The Child

Sexteto Julio De Caro (1899 - 1980) Loca Bohemia (1928)

El siglo XX produjo cambios tecnológicos con un ritmo creciente. Si resulta impensable la música electroacústica sin los avances primero en la grabación del sonido y luego en su sintetización por frecuencia modulada, también resultan inconcebibles la transformación del mercado de consumo de la música, la aparición de nuevos géneros e, incluso, la consolidación de patrones de interpretación que terminarían definiendo todo aquello que hoy se conoce globalmente como música clásica —a pesar de la poca precisión del término— sin la existencia de la radio y del disco.

La cristalización de la idea de repertorio, es decir, las obras del pasado que merecían seguir siendo interpretadas y 

oídas, y la ampliación del universo de receptores posibles, teóricamente la casi totalidad de los habitantes del planeta, llevarían a cambios fundamentales, no solo en la manera de hacer y de escuchar música, sino, en el concepto acerca de a qué se llamaría música. Uno de esos cambios se refiere a la significación del término popular, que pasaría a designar algo distinto a la cualidad de popularidad. 

Hasta la irrupción del disco y de la radio, la música popular era, efectivamente, eso: lo que se cantaba, se tocaba y se bailaba en el ámbito popular, fuera este urbano o rural. La tradición oral, la improvisación, las maneras de interpretación ceñidas a parámetros no escritos pero bien conocidos por la comunidad tendían a ser lo que la caracterizaba. También, por supuesto, la existencia en primer plano, junto a la estética, de funciones ligadas a lo ritual o lo social. Cuando esta música era escrita, cambiaba de ámbito, de intérpretes y de receptores; simplemente, dejaba de ser popular.

Las danzas publicadas por Tielman Susato, Michael Praetorius o Thoinot Arbeau en el siglo XVI; las colecciones de canciones irlandesas, españolas o italianas escritas por compositores del Romanticismo; las contradanzas de Beethoven o de Schubert; los ländler y valses de autor pertenecían al lugar del entretenimiento, primero de los nobles y luego de 

los burgueses acomodados, pero de ninguna manera eran considerados como música popular ya que obedecen a una estilización de los géneros del pueblo por parte los compositores. 

La música popular, claramente, era otra cosa: la que hacía el pueblo de manera anónima y que comparte con las demás expresiones populares las características del saber colectivo.

El hecho de que las músicas populares comenzaran a ser registradas en grabaciones y que estas fueran transmitidas por la radio implicó, en ese sentido, un cambio cualitativo. Por un lado, la situación inédita de que una cultura tomara contacto con las expresiones de otra, sin necesidad de viajar y por otro, la modificación definitiva en cuanto al modo de circulación y recepción. La música popular empezaba a ser un objeto «de escucha».

Una persona, sentada en su casa puede escuchar la música que hasta poco tiempo antes solo podía disfrutar escuchar

participando in situ del hecho social del que formaba parte. La música popular comenzaba a tener, paulatinamente, muchas de las características que habían sido exclusivas de la música artística de tradición europea y escrita.

Comienzan a aparecer autores populares; la función estética desplaza del primer plano a otras, como el baile, y aparece cierto grado de desarrollo y evolución del lenguaje propio, en algunos casos de altísimo nivel. El grado de sofisticación, ya en la década de 1920, del lenguaje de algunos grupos de jazz, como los Hot Seven de Louis Armstrong, las Orquestas de Duke Ellington, de Count Basie, o las agrupaciones de tango, como el sexteto de Julio De Caro o las orquesta de Osvaldo Fresedo, lleva a la conclusión de que se está en presencia de fenómenos nuevos, propios del siglo XX, en que, además, uno de sus rasgos distintivos —al igual que en la música clásica— es la demanda de la audición atenta.

Es discutible cuántas y cuáles de las expresiones que circulan como «música popular» pueden —y deben— ser incluidas 

en este campo. No es fácil ubicar a Carlos Gardel, Camarón de la Isla, Edith Piaf, Amália Rodrigues, Violeta Parra o Chico Buarque dentro de ese conjunto complejo y que conforma lo que el mercado identifica como música popular. 

Carlos Gardel (Charles Romuald Gardès 1890 - 1935), Silencio, tango

Camarón de la Isla (1950 - 1992) Soy Gitano

Amália Rodrigues (1920 - 1999) Coimbra

Violeta Parra (1917 - 1967) Arauco tiene una Pena

Chico Buarque (1944 - …..) Todo Sentimiento

Bill Evans (1929 - 1980) My Foolish Heart

Thelonious Monk (1917 - 1982) Don't blame me

Miles Davis (1926 - 1991) Footprints

John Coltrane (1926 - 1967) Ascension France, 1965

King Crimson, live in Germany

Talk Talk, Spirit of Eden (1988)

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